Confieso que luego de volverme adicto a Los Soprano (1999-2007) y Six Feet Under (2001-2005), las sagas centradas en familias disfuncionales con las que constaté el renacimiento de la inteligencia televisiva, creí que no habría otra serie que pudiera fascinarme hasta formar parte de mi rutina cotidiana. (Soy fan de Lost pero en un grado llamémosle normal.) Confieso también que me ocurrió algo similar a lo que Mario Vargas Llosa refiere en su artículo “Héroe de nuestro tiempo”: desde hace un par de años uno de mis mejores amigos me venía recomendando 24, que me negué a ver hasta que en enero pasado renté la primera temporada.
El hechizo fue instantáneo y absoluto y a partir de entonces no me he perdido un solo episodio de los dilemas del agente federal Jack Bauer y la Unidad Antiterrorista (CTU) de Los Ángeles; vi incluso Redención, la película que funciona como gozne entre la sexta y séptima temporada. Como señala Vargas Llosa, un día en la vida de Bauer parece prolongarse a lo largo de semanas o meses por la cantidad de giros narrativos acumulados a una velocidad de taquicardia. Esto obliga a recurrir a la “suspensión voluntaria y momentánea de la incredulidad” estipulada por Coleridge en 1817: un pacto que se debe suscribir para que 24 revele su mecanismo astuto.
Bauer, digámoslo sin rodeos, es el paladín posmoderno por excelencia. Sometido a presiones públicas y privadas —el entrecruzamiento de estos dos ámbitos es uno de los mayores logros de la serie—, tiene que asumir su papel de héroe incómodo, políticamente incorrecto, para enfrentar un mundo en el que el fin acaba por justificar los medios pésele a quien le pese: esposa (Teri, asesinada en la primera temporada), hija (Kim, que corre un riesgo continuo en las dos primeras temporadas, entra a trabajar en CTU en la tercera, reaparece para rechazar a su padre en la quinta y resurge en la séptima) o amantes (Kate Warner y Audrey Raines). En el orbe post-11-S, signado por la paranoia nuclear y epidemiológica y el espionaje de punta, Bauer se topa con un rival más feroz e insidioso que los fundamentalistas islámicos, los separatistas rusos, los terroristas chinos o los dirigentes de la cúpula empresarial y/o gubernamental que le salen al paso: el tiempo, ese enemigo intangible que no depone sus armas ni bajo coacción. En su carrera desbocada contra el reloj digital que es el símbolo de 24, el agente encarnado magníficamente por Kiefer Sutherland aplica y tolera todo tipo de abusos y torturas para restablecer el orden en medio del caos desatado por fuerzas que responden al constante reacomodo económico y geopolítico del planeta.
En varias ocasiones, sin embargo —y he ahí otro de los hallazgos de la serie—, ese orden frágil llega a costa de sacrificios: hay bombas atómicas que estallan en suelo estadounidense, un virus liberado dentro de un hotel, gas nervioso que contamina un mall, atentados exitosos contra el presidente de Estados Unidos. Sitiado por villanos verosímiles —el replanteamiento de la mujer traidora, mercenaria o sociópata es una más de las aportaciones de 24—, Jack Bauer sabe que el tiempo es el único adversario que no le teme y por ello sigue combatiéndolo mientras lo ve transcurrir, implacable, a su alrededor.
Fuente: El Universal.com.mx
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